Si bien es cierto que la difusión de la teoría de empoderamiento de la mujer, así como la apropiación del discurso feminista por parte de instituciones nacionales e internacionales, han servido para potenciar la participación de las mujeres en el espacio público, no es tan evidente su eficacia para transformar los estereotipos culturales impuestos y las condiciones que consignan ciertos roles que deben asumirse por cuestión de género.

En un momento histórico en donde pareciera que se avanza hacia la igualdad a pasos agigantados, en donde muchas celebran la incorporación de las políticas públicas con perspectiva de género, las leyes de paridad y las discriminaciones positivas -por nombrar algunas- como instrumentos que están posibilitando el acceso de más mujeres a posiciones de alta jerarquía política o de toma de decisiones, vale la pena detenerse a examinar si esa ocupación implica en realidad que las mujeres asuman también el mismo grado de empoderamiento y  la misma capacidad de agencia que tiene el hombre en alguna posición análoga. Es decir, antes de echar las campanas al vuelo, es necesario indagar si la representación femenina en posiciones de alta jerarquía significa que han alcanzado idénticas capacidades, autonomía y poder que los varones y hasta qué punto el género puede imponer límites en ello.

El presente artículo analizará en qué medida la capacidad de agencia de las mujeres, entendida como su poder real, se corresponde con su empoderamiento político formal. Para ello se presenta la siguiente hipótesis: “Diversos factores han propiciado el aumento de mujeres en cargos de alta jerarquía en el ámbito político y en las administraciones públicas, sin embargo, los estudios referentes a los techos de cristal han demostrado que dichos mecanismos han sido menos efectivos para transformar las condiciones culturales y la reproducción de estereotipos de género que condicionan la potencialidad real de la mujer y limitan su desarrollo. Por lo cual, las mujeres ahora están más representadas en dichos espacios de responsabilidad, pero siguen constreñidas a una serie de elementos que les impiden ejercer la misma capacidad de agencia que un hombre. Es decir, las mujeres que ostentan posiciones de alta jerarquía en la política y en la administración pública, tienen menor capacidad efectiva de agencia con respecto a los varones que se encuentran en posiciones análogas.”