El hiperracionalismo del que adolece la visión moderna de la Ciencia Política está en entredicho. La tradicional dicotomía razón/emoción que relegaba ésta última a un segundo plano, carece de sentido, máxime cuando desde diferentes disciplinas se ha venido poniendo en valor la importancia que las emociones tienen no sólo en la percepción sobre la política, en el proceso de toma de decisiones y por supuesto en el comportamiento político. Son muchas y diversas las aproximaciones que en los últimos veinte años se han realizado, no sólo desde vertientes teóricas (Bodei, 1991; Solomon, 1993; Damasio, 1994, 2003; Elster 1999a, 1999b; Nussbaum 1994, 2001 y 2004), sino también empíricas (Ciu et al., 2015; Neuman et al., 2007; Lau y Redlawsk, 2006; Marcus et al. 2000, 2006 y 2017; Watson, 1997; Watson y Tellegen, 1999; Plutchik y Conte, 1997; Bradley y Lang, 1994; Marcus y Mckuen, 1995; Russel, 1980; Abelson et al., 1982), en un intento por medir, modelar y analizar la importancia de la dimensión afectiva y emocional de la política y del comportamiento. El interés central de este grupo de trabajo es el de tratar de determinar la importancia que el componente emocional tiene en la visión que sobre la política tienen los ciudadanos y como ello puede afectar a su proceso de toma de decisiones; por ello serán bienvenidos todas aquellas aportaciones que desde una perspectiva u otra, ya sea teórica o empíricamente, contribuyan al estudio del papel de las emociones y la política.