Thomas Hobbes enunció en el capítulo XIII del Leviatán las tres causas principales para el enfrentamiento que podíamos encontrar en la naturaleza del hombre: competencia, desconfianza y deseo de gloria. Cinco años después de que la llamada nueva política entrara en diversas instituciones de nuestro país merced a la aparición de nuevos partidos como Podemos, o al despegue de formaciones hasta entonces marginales a nivel estatal como Ciudadanos, poca gente hoy afirmaría que las formas de hacer política o las propias organizaciones políticas hayan cambiado gran cosa. Liderazgos fuertes con ausencia de mujeres, falta de aceptación de la crítica externa e interna, enconadas querellas internas o la persistencia de importantes déficits deliberativos y democráticos estarían en el haber de estos partidos. También en el de aquellas formaciones tradicionales que, en un primer momento, podrían haberse visto influidos por procedimientos novedosos como las primarias o por la centralidad comunicativa de las redes sociales. Para comprender este desarrollo quizá haya que prestar atención a lo que estudiosos clásicos y humanistas de la retórica consideraban como el primer estadio de la ciencia política, es decir, el gobierno del ciudadano. No resulta por tanto extraño que Hobbes, atento estudioso de la retórica como ya mostrara en su momento Quentin Skinner, dispusiera para la reflexión política estos y otros elementos básicos del ser humano. Es así, atendiendo a cuestiones como el funcionamiento de los grupos humanos en relación con el poder, a los estudios sobre la confianza, la libertad de expresión, las jerarquías o las lealtades en ellos, así como al narcisismo, las voracidades insaciables en las luchas por el caudillaje y otras patologías de indudable raigambre política, como podremos entender el reiterativo fracaso de renovación de las formas de organizarse y de hacer política en nuestro país.