En un momento de crisis de legitimidad del sistema representación política y de la democracia, observamos un comportamiento político cada vez más polarizado e irracional, con dinámicas que se relacionan con procesos basados en elementos afectivos y emocionales. En este marco, los avances de la neurociencia que analizan la función psicosocial del cerebro nos brindan evidencia empírica que explica el comportamiento del ser humano y su relación con la política.  Cinco son los elementos fundamentales que la neurociencia evidencia en este sentido: en primer lugar, nuestro sistema metabólico está preparado para la supervivencia y optará por tomar decisiones que aseguren dicha supervivencia independientemente de si la evidencia sobre la que se basan estas acciones son verdaderas o falsas; en segundo lugar, la forma en que percibimos el mundo está filtrada por nuestras subjetividades, emociones y vivencias lo que implica que no existe una verdad universal sobre la que tomar decisiones; en tercer lugar,  el cerebro se desarrolla en un entorno social lo que supone que la información derivada del entorno cultural moldeará y definirá la construcción del individuo en sus procesos mentales, emocionales y metabólicos; en cuarto lugar, el cerebro busca economizar conocimientos así que como encontrar estímulos placenteros en la relación con el ambiente lo que supone que incorporamos una serie de sesgos cognitivos (entre los que destaca el sesgo de confirmación) para interpretar la información que recibimos; por último, todos estos elementos confirman el rechazo de la visiones dualistas que separaran mente y cuerpo y nos instan a estudiar a los seres humanos de manera evolutiva e integrativa. El presente trabajo pretende analizar como todos estos elementos constitutivos de la naturaleza humana condicionan los comportamientos políticos y en la forma que entendemos de ver el mundo.