La crisis del fin del siglo XIX en España, cuyo efecto se prolongó en las primeras décadas del XX, originó distintas respuestas intelectuales, entre ellas las que provocaron una búsqueda y ajuste de nuevas identidades. El país vivió debates que replanteaban una configuración identitaria desde la dialéctica y tensión entre los nacionalismos internos -catalán, vasco- y el español, por un lado, a otras respuestas con miras internacionales, por otro, que deseaban que el Estado reubicara su posición respecto a espacios geográficos a los que le unían vínculos históricos y culturales. En este segundo sentido -en el que se centra esta ponencia- el europeísmo y el americanismo actuaron como dos propuestas de reconexión política a territorios con los que España debía reactualizar su relación: en el primer caso porque la decadencia interior -política, social, económica- se interpretaba como la de un país atrasado donde Europa era la referencia de modernidad; en el segundo porque los procesos de independencia en América de las antiguas colonias durante el siglo XIX exigían un rediseño de las relaciones con los nuevos estados hispanoamericanos para mantener la extensión cultural española frente a influencias emergentes de otros países, fundamentalmente de Estados Unidos. Exponentes como Costa, Unamuno -con sus habituales contradicciones- u Ortega y Gasset fueron voces con rasgos europeístas en determinados momentos, mientras que pensadores como Labra, Altamira, un grupo de profesores de la Universidad de Oviedo y otros bregaban para que la política exterior española incluyera un proyecto americanista.