Desde un punto de vista politológico, el humor puede comprenderse como un proceso social que se consolida sobre cosmovisiones compartidas habida cuenta de que opera como una estrategia pragmática de comunicación entre la persona productora y su audiencia perceptora al perpetrar la transmisión de un mensaje de manera persuasiva y aparentemente inocua. Por este motivo, y sobre la base de que el pensamiento postmoderno es una de las manifestaciones más notables de un cierto proceso de quiebra de la razón práctica (MacIntyre, 1990) como herramienta para la solución de problemas sociales, parece oportuno interrogarse sobre la hipotética relación funcional que se da entre el humor y la emoción como una herramienta discursiva con el fin de averiguar si acaso la atribución de entretenimiento que se le suele asignar al humor encubre una latente función instrumental.

Tomando como referencia esta idea, esta comunicación aspira a explorar el humor feminista como un recurso con gran potencial político y teórico para difundir las críticas que esta doctrina plantea al sistema de género que ahonda en la resistencia a las normas de deliberación que tienden a desplazar los habitus outsider (Ripio, 2015), pero también como una maniobra de politización de los malestares patriarcales derivados de la conflictiva dialéctica entre lo público y lo privado que ayudaría a construir un repertorio de empatías y solidaridades que constituyan la base para aprehender el mensaje de la igualdad. Una mirada matizada sobre estos objetivos, coherentes con las aportaciones de la teoría política feminista, permitirá desentrañar los esfuerzos del humor feminista para elaborar una crítica al mapa cognitivo hegemónico con el firme propósito de cotejar que la omnipresencia del humor en las sociedades postmodernas no hace accesoria y absurda su producción especializada.