Es lugar común hablar de la Unión Europea como un gigante de poder blando, especialmente para los países situados en torno a sus fronteras. La perspectiva de la ampliación ha impulsado durante décadas el progreso de los candidatos oficiales a la adhesión, pero no únicamente de éstos. Otros países se han beneficiado del apoyo europeo a través de las distintas herramientas de la Comisión. La condicionalidad para la ayuda era una de las bases de esos instrumentos y, en particular, las reformas democráticas conformaban uno de los pilares para una relación más profunda con la UE y la puerta de entrada a obtener un acuerdo de asociación más beneficioso. Sin embargo, la realidad muestra que este requisito puede no ser tan imprescindible. El entusiasta apoyo inicial de la UE al proceso democrático en Túnez ha derivado en una situación de estancamiento, de ‘business as usual’ similar a la relación previa a la revolución. El paso del partenariado existente a una relación de mayor calidad nunca alcanzó la intensidad prometida y al comparar la situación de este país con los demás de la región, las significativas y diferenciadas consecuencias de la Primavera Árabe en el país donde nació no han supuesto un verdadero punto de inflexión para la relación europea con el mismo. Entonces, ¿por qué cualquier vecino debería comportarse “mejor” en términos democráticos para incrementar su relación con la UE si esto no ha ocurrido ni siquiera en el caso de “mayor éxito”? ¿Sigue siendo fiable la UE ofreciendo un estatus mejorado a los países de la PEV o la UpM si la transición a la democracia y los esfuerzos no se traducen en una relación significativamente profundizada y mutuamente provechosa? Esta propuesta pretende evaluar si, más de una década después del comienzo de la Primavera Árabe, la UE ha perdido capacidad de control e influencia en el norte de África tras años de implementar políticas comunitarias con un resultado, al menos, de dudosa efectividad.