Si en 1998 dictaba Sartori en el parlamento la conferencia titulada “En defensa de la Representación”, alarmando sobre el peligroso “directismo”, quince años después las reivindicaciones por una democracia directa han tomado fuerza ruidosamente. Los  argumentos en la calle cuestionan que se dé el elemento fundamental para hablar de representación según el mismo Sartori, Pitkin o Burke: el ejercicio del poder en favor de los intereses del representado. Pero, lejos de quedarse aquí, lo que se cuestiona es que el sistema representativo tal y como lo conocemos pueda cumplir sus promesas, algo que ya estaba planteado en la academia (Gargarella y Ovejero, entre otros). En este contexto y junto a las posturas maximalistas han surgido  propuestas de complementación de la representación, como la llamada “Democracia 4.0” , que deben ser consideradas desde la teoría.

Junto a este problema, presenciamos otro no menos importante, que no solemos abordar en términos de representación política: el choque entre naciones que reclaman independencia; o lo que es lo mismo, el choque entre identidades nacionales que demandan un ámbito de representación exclusivo. Podemos contextualizar estas demandas como demandas de representación descriptiva,  sobre la que existe un cuerpo teórico de gran interés. Las teorías post-estructuralistas nos recuerdan el carácter contingente, no necesario, de la articulación de las identidades políticas (Saward), y las teorías del reconocimiento más flexibles abren la puerta a un nacionalismo no excluyente, aunque al coste de poner en jaque nociones políticas hasta ahora fundamentales

Gracias a este recorrido podremos entender mejor cómo estas demandas delimitan el sentido de la representación a la vez que requieren para ser satisfechas un nuevo marco político –no sólo institucional-   más cercano al ideal democrático.