Los años entre 1640 y 1660 fueron un periodo de grandes convulsiones y transformaciones políticas en Inglaterra; en su pugna con el monarca, el Parlamento terminó presentándose como fuente única de la soberanía, en cuanto representante de la nación. En nombre de ésta se ejecutó al rey Carlos I y se estableció una república (Commonwealth).

Los gobernantes de la Monarquía de España siguieron estos acontecimientos con gran interés y preocupación. Los graves problemas políticos que vivía la propia Monarquía, y particularmente las rebeliones en varios de sus territorios (Portugal, Cataluña, Sicilia, Nápoles), parecen haber acentuado esa inquietud.

En contraste con la intensa atención prestada a los sucesos de Inglaterra desde las altas esferas del poder, las referencias a éstos en la producción impresa de la época en España son escasas, casi inexistentes. Hay claros indicios para sostener que este contraste es en un alto grado el resultado de la censura oficial, así como de actitudes previas de autocensura por parte de autores, editores e impresores. Asimismo, en las pocas ocasiones en las que se abordaron los acontecimientos de la revolución inglesa hay una notable tendencia a no presentar los argumentos del bando parlamentario desde sus propios presupuestos, sino de forma sesgada; éstos se contraponen por lo general al principio de legitimidad monárquica, presentado como expresión del único orden político natural y legítimo.

Como consecuencia de lo anterior, la sociedad española se mantuvo en buena medida ajena a los profundos cambios políticos que se producían en un país cercano. Este caso ofrece un revelador testimonio de la actitud de las autoridades políticas en España en el siglo XVII; su silenciamiento de nuevas concepciones del poder que se van afirmando en territorios próximos ayuda a explicar, como uno entre una pluralidad de factores, la particular y relativamente tardía asimilación en España de planteamientos políticos centrales del mundo contemporáneo.