Cuando se cumple el 75º aniversario de la firma del Tratado de Washington de 4 de abril de 1949, la OTAN afronta una nueva ampliación, incluyendo a dos miembros de la Unión Europea, y una inesperada resurrección geopolítica, en el marco de un enfrentamiento con Rusia propiciado por la guerra de agresión contra Ucrania ordenada por Vladimir Putin. La propia longevidad de la Alianza, así como su base institucional, inéditas en la historia de las relaciones internacionales, parece desmentir el postulado realista que afirma que todas las alianzas militares son temporales y que, en consecuencia, no hay aliados permanentes.

Una vez acabada la Guerra Fría, los realistas han venido cuestionando sistemáticamente aspectos esenciales relacionados tanto con la razón de ser y el desempeño internacional de la OTAN como con el liderazgo estadounidense de la Organización. Así, la ampliación de la OTAN hacia el Este de Europa, ejecutada en dos fases por Clinton y Bush, fue denunciada como “un error fatal” por un realista histórico como George F. Kennan. El papel de la Alianza al servicio de la llamada injerencia humanitaria en Kosovo, la open door policy hacia Ucrania y otros países de la esfera postsoviética, así como la continua asunción de la carga financiera de la Organización aun cuando Europa dejó de ser la prioridad estratégica de EE.UU., han sido otros asuntos ampliamente criticados por parte de realistas de distintas generaciones.

Para los realistas, la OTAN se habría erigido en un instrumento al servicio de una política exterior liberal intervencionista basada en una visión universal de los valores estadounidenses, que, parafraseando a Stephen M. Walt, habría llevado a EE.UU. a descender al “infierno de las buenas intenciones” desde el final de la Guerra Fría. Una política exterior sometida al dominio de un establishment neowilsoniano que atenta gravemente contra los intereses nacionales de EE.UU., debilitando el poder norteamericano.

Por último, ante el posible retorno de Donald Trump a la Casa Blanca en las próximas elecciones presidenciales de noviembre, cobra relevancia plantearse si el escepticismo trumpista hacia la OTAN, que cobra renovados bríos en los últimos tiempos, se alinea o no con los postulados realistas.