Desde hace algunos años, ha vuelto a cobrar fuerza la discusión sobre qué constituye el objeto de estudio de la disciplina de Relaciones Internacionales, y en consecuencia, sobre cómo delimitar y definir la propia disciplina. Desde los años 80 diversos autores y autoras nos han sugerido abandonar concepciones de las relaciones internacionales consistentes en estados sin personas o sociedades abstractas o en cosmologías totalizadoras, en favor de la inclusión de lugares diversos, de las actividades y las personas que conforman la cotidianidad de las políticas internacionales y cuyas vidas están ligadas y configuradas, constreñidas y constituidas, por un conjunto complejo de fuerzas sociales a menudo invisibles, y a menudo procedentes de otros lugares.

Pero, ¿cómo podemos pensar unas relaciones globales que se configuran y reproducen a través de las acciones cotidianas de actores anónimos? Para profundizar en esta discusión, partiremos del concepto de ciudadanía como vía para comprender las relaciones intrínsecas y mutuamente constitutivas entre las escalas local y global, y el papel preponderante de las acciones y actos cotidianos en la configuración de lo “internacional”. A través de una reflexión sobre las nuevas formas y concepciones de la ciudadanía, podremos romper la dicotomía domestico/internacional y entender así la conexión de procesos locales con las dinámicas globales, la rearticulación de las fronteras y líneas de exclusión, pero también la aparición de nuevas articulaciones del demos en múltiples lugares.